Como a mí tampoco me gusta verme sorprendido, aclaro que en el análisis de más abajo se hace referencia a episodios concretos que alguien que no vio la película preferiría no conocer antes de ir al cine.
Una de las claves de la peli de los Coen, y supongo que también del libro (que no leí), es que el personaje más importante es el propio escenario: a esa tierra dura, que ciertamente no es para viejos (“oldtimers”, como dice el sheriff), no le importamos los seres humanos. La gente vive o muere pero el escenario sigue igual; el mismo paisaje de postal que vemos en los primeros planos es aquel en el cual hay tirados cuerpos de personas y animales sin que por ello algo cambie. El sol sigue saliendo.
También podemos ver esto en otro ejemplo, y para eso voy a citar un post de Il Corvino donde se compara el escenario con aquellos dibujados por Ballard:
“El paisaje, una extraordinaria antología de la desolación urbano-rural (autopistas desiertas, calles oscuras, callejones, carreteras grises, pasillos y escaleras de hoteles vacíos), remite al imaginario poético de las novelas de James Ballard, donde la majestuosidad arquitectónica contemporánea produce un estado de alienación y soledad en el lector.”
Y la moneda nos deposita en el otro gran tema: el azar. A veces, en lugar de disparar antes de hablar, Chigurh les da a sus víctimas la posibilidad de jugarse la vida en una tirada de moneda. O sea, yo no decido si te mato o no lo hago, es el azar el que se ocupa de eso.
El choque cerca del final (que muchos espectadores incautos podrían criticar como una escena totalmente gratuita) es en realidad uno de los momentos en los cuales el sinsentido de algunos acontecimientos se muestra de la forma más explícita, donde el paisaje (la mala interpretación de un semáforo) y el azar coinciden en… ¡un cruce de caminos! El encuentro con el conductor imprudente le podría haber tocado al chico de la bici que venía atrás, pero hoy le tocó a la máquina de matar, que a su vez lo enfrenta exactamente igual que como ha hecho con todo hasta ahora: sale del auto, se acomoda, y se va caminando.
Y por último, otro momento que condensa a su vez la impasibilidad de este mundo frente al sufrimiento y el azar o el sinsentido como motor de acontecimientos es nuevamente un símbolo ballardiano por excelencia: la pileta de natación. En una escena vemos a una pasajera del hotel tomando unos tragos al borde de una pileta de motel (muy estilo ´50); minutos después la vemos adentro de la piscina, pero ahora ya no está tomando nada. La superficie del agua, salvo por un tinte rojizo, sigue igual, inmutable, ajena a lo que ha sucedido. Acá hay aemás un guiño a la amoralidad del azar: si Moss hubiera aceptado la invitación de la pasajera e ido a su habitación, el destino de esos dos personajes habría sido diametralmente opuesto.
Cara o ceca.
Make your choice.